A Qué Se Refieren Cuando Hablan de Paz?

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Que quiere decir Piñera cuando habla de “la paz”

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“Estoy comprometido con asegurarme de que las fuerzas de la paz y la justicia prevalezcan”, dijo Jay Nixon, gobernador de Missouri en Ferguson el sábado 16 de agosto 2014, luego de la explosión de una serie de conflictos a partir del asesinato policial del adolescente Michael Brown. “Si vamos a alcanzar la justicia, primero tenemos que alcanzar y mantener la paz.

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Así es como funciona—primero impones la paz, y luego alcanzas la justicia? Y qué significa siquiera aquello de las fuerzas de paz y justicia? De qué tipo de paz y justicia estamos hablando aquí?

Como todos sabemos, si no fuera por las protestas en Ferguson, la mayoría de la gente jamas habría oido del asesinato de Michael Brown. Policías blancos asesinan cientos de hombres de raza negra cada año sin que la mayoría de nosotros nos enteremos siquiera. Ese silencio—la ausencia de protesta y disrupción— es la paz que el gobernador Nixon quiere que pensemos que producirá justicia.

Esta es la misma narrativa que siempre escuchamos de parte de las autoridades. Primero, tenemos que someternos a su control, y luego escucharán nuestras preocupaciones. Todos los problemas que enfrentamos, insisten, son causados por nuestra negativa a cooperar. Este argumento suena más persuasivo aun cuando es abordado desde la retórica de la democracia: son “nuestras” leyes que debemos acatar y obedecer—“nuestros” policías que nos están disparando y gaseando—“nuestros” politicos y lideres rogándonos que volvamos a la vida normal. Pero volver a la vida normal es pisotear los cuerpos de innumerables Michael Browns, condenándolos al cementerio del olvido.

La paz del gobernador Nixon es lo que ocurre después de que la gente ha sido pacificada a la fuerza. Su justicia es lo que sea que cueste engañarnos para que aceptemos la paz en dichos términos—peticiones que se van directo al tarro de la basura, demandas que nunca generan más que una palmada en la muñeca para los asesinos de uniforme, campañas que puedan hacer avanzar la carrera de un activista o politico, pero jamás pondrán fin a los asesinatos de hombres desarmados de raza negra.

Permítenos proponer otro enfoque desde el cual enfrentarnos al conflicto—al que podríamos llamar el enfoque anarquista. La idea básica es bastante directa. La paz real no puede ser impuesta, solo puede emerger como una consecuencia de la resolución del conflicto. De ahi viene el dicho popular: si no hay justicia, no hay paz.

Dejado a su suerte, un estado de desequilibrio tiende a volver al equilibrio. Para mantener un desequilibrio, es necesario introducir fuerza a la situación. Mientras más grandes son las disparidades, más fuerza se requiere para preservarlas. Esto es tan real en nuestra sociedad como lo es en la física.

Esto significa que no puedes tener gente rica y gente pobre sin una policía que imponga esa relación desigual con los recursos. No es posible ser blanco, lo que estabiliza la division de clase, sin una vasta infraestructura de cortes y prisiones racistas. No es posible mantener a dos millones y medio de personas—cerca de un millón de ellos son hombres de raza negra—tras las barras sin la constante preocupación por violencia potencialmente letal. No es posible hacer cumplir leyes que protegen la riqueza de los buenos liberales como el gobernador Nixon sin oficiales como Darren Wilson asesinando hombres de raza negra por cien.

La militarización de la policía no es una aberración—es una condición necesaria en una sociedad basada en jerarquía y dominio. No es solo la policía la que ha sido militarizada, sino que nuestra manera de vivir por completo. Cualquiera que no vea esto no vive inserto en el fin ultimo del negocio de las armas. Estas son las fuerzas de paz y justicia, los mecanismos que “mantienen la paz” en un orden social dramáticamente desbalanceado.

A veces se manifiestan como cámaras de seguridad, guardias, o policías deteniéndonos y buscándonos o disparándonos. En otras ocasiones, cuando aquello se vuelve demasiado controversial, las fuerzas de la paz y la justicia reaparecen como los policías bondadosos a los que parecemos importarles de verdad, los politicos serios que quieren mejorarlo todo—lo que sea necesario para volver a tener la opinión pública del lado de quienes disparan gases lacrimógenos. Y en otras ocasiones, las fuerzas de paz y justicia son líderes comunitarios rogándonos que dejemos las calles, acusándonos de ser “agitadores externos”, o prometiendo salidas más efectivas para nuestra rabia si tan solo cooperáramos—lo que sea para frustrar, desacreditar o aplazar la lucha inmediata contra la injusticia. En todos los casos mencionados, es la misma mentira: paz ahora, justicia después.

Pero la verdadera paz es imposible hasta que pongamos fin a la violenta imposición de desigualdades. Todos los conflictos que hoy son reprimidos por las fuerzas del orden—entre desarrolladores y residentes, entre ricos y pobres, entre los radicalmente privilegiados y todo el resto— deben poder salir a la superficie. Si se hace imposible para cualquiera obligar a otros a aceptar una relación que no sea en su mejor interés, entonces y solo entonces, existirá un incentivo para que todos reconozcan los conflictos y busquen acuerdos.

Esta es la única forma de avanzar, pero es un prospecto desalentador. No es sorprendente que muchas veces la gente culpe a aquellos que se defienden en vez de aceptar cuan profundas son las divisiones en nuestra sociedad. Esto explica porque tantas autoridades aparentemente bien intencionadas han fingido no entender porque la gente podría aceptar el saqueo como una forma de protesta en contra del asesinato de Michael Brown. La misma constante imposición de la fuerza que se llevó la vida de Michael Brown aleja a millones como el de los recursos que necesitan diariamente. Bajo esta luz, el saqueo hace perfecto sentido—como una forma de resolver el problema inmediato de la pobreza, de rebelarse contra la violencia de las autoridades, y de enfatizar que el cambio debe ir mas allá de una simple reforma policial.

No resintamos a aquellos a quienes se les pasa la mano recordándonos los conflictos que no serán resueltos en nuestra sociedad. Por el contrario, deberíamos agradecerles. Ellos no están alterando la paz, simplemente están sacando a la luz que nunca existió paz, que nunca existió justicia en primer lugar. Arriesgándose tremendamente, ellos nos están haciendo un regalo: la posibilidad de reconocer el sufrimiento alrededor de nosotros y redescubrir nuestra capacidad de identificar y simpatizar con aquellos que lo vivencian.

Solo podemos percibir tragedias como la muerte de Michael Brown como lo que son cuando vemos otras personas reaccionando a ellas como tragedias. De lo contrario, a menos que los eventos nos toquen directamente, permanecemos adormecidos. Si queremos que la gente identifique una injusticia, es necesario reaccionar a ella inmediatamente, tal como lo hizo la gente en Ferguson. No se puede esperar por un momento mejor, no negociar con las autoridades, no formular una frase pegadiza para una audiencia imaginaria representando a la opinion publica. Se tiene que proceder inmediatamente a la acción, dejando de manifiesto que la situación es lo suficientemente seria para ejecutarla.

Ferguson no es un caso aislado—hay innumerables pueblos parecidos en Estados Unidos, en los cuales se dan las mismas dinámicas entre la policía y la gente. La rebelión en Ferguson no será la ultima de su tipo. Aquellos como nosotros que no nos tragamos el programa de paz ahora, justicia después de Nixon, tenemos que prepararnos para las luchas que están por desencadenarse. Ojalá algún día nos encontremos en un mundo sin gas lacrimógeno, en el que el color de la piel no sea un arma.